Detrás de cada guerra siempre hay una historia humana. ¿Qué empuja a un pacífico adolescente a enrolarse en una milicia que luchará a miles de kilómetros de casa en condiciones extremas? Eso hizo Fernando Rubio. Se alistó voluntario para luchar en Rusia con la División Azul. Quería combatir el comunismo que tanto había maltratado a su familia durante la guerra civil española. La experiencia le cambió la vida y la forma de pensar. Estuvo a punto de morir congelado y, por eso, llevado por una profunda devoción cristiana, hizo una promesa: si se salvaba, iría caminando desde su casa en Úbeda hasta el santuario de la Virgen del Pilar, en Zaragoza. Promesa que cumplió atravesando la España de 1947, un país convertido por el régimen franquista en un gran campo de concentración en el que el hambre y la represión eran moneda común. Esta es la historia de Fernando Rubio, mi suegro, quien está a punto de cumplir 99 años cuando escribo estas letras. Es una novela sobre sus vivencias y las de muchos otros como él, gente sencilla que no sale en los libros de historia, pero que sin ellos la historia hubiera sido de otra forma.  Con Malenki («niño» en ruso) trató de explicar a los lectores y a mí mismo cómo es posible que el hombre bondadoso y tolerante que es y ha sido durante los últimos cuarenta años se embarcara en aquella apoteosis bélica solo para combatir una idea: el marxismo.